Pentecostés 18, Propio 21, Septiembre 26, 2010, Iglesia Episcopal de San Cristóbal, El Rev. Paul Moore
Un Amor de Confianza
Ya era tarde, y la luz del día se nos iba. En latitudes trópicos el día termina pronto. Supe que el carro estaba cerca, pero era tiempos que andaba en esas zonas de los Andes. Elegí una montaña y la subimos, quemándonos los muslos de las piernas. Al llegar encima espié al carro—a otro lado de la quebrada estrecha, honda y llena de montes espesos, y no había camino para allá.
Tal vez te has sentido así, que corres para llegar a cierto lugar, pero al llegar tu meta está fuera de tu alcance. Es como subes y subes una escalera, solo para descubrir que está arrimado en la pared equivocada. Julian de Norwich, mística inglesa del siglo 13, describió el conocimiento como el sentido de una cosa, y la sabiduría, el buen uso del mismo. Tengo en mi escritorio un artículo titulado, «Cómo detectar las modas del día: Así lo hacen ejecutivos buenos para estar al tanto de la honda, aplastar a la competencia, y multiplicar las ganancias.» Pero, ¿la vida es aplastar a la competencia y multiplicar ganancias y nada más? O, en ese camino, ¿te hallarás en la montaña equivocada?
Seguro que el hombre rico en la parábola de Jesús de hoy se sintió así. Vale notar que el pobre tiene nombre: Lázaro. Le conocemos bien, tiene una identidad sólida, enraizada en la sociedad. Lo ves en las esquinas del centro de la ciudad. Se para allí con un letrero malhecho pidiendo limosnas. Tiene el pelo sucio y la ropa arrugada (¿te has dado cuenta que el que no tiene domicilio nunca es gordo?) Sabemos todos quién es Lázaro, tan bien que en Argentina un «lázaro» es cualquier mendigo. No nos ha de sorprender, pues, que cuando muere los ángeles le llevan al lado de Abraham. En esta vida no tuvo su descanso, pero en el venidero sí lo tiene. No obstante las apariencias no fue mal hombre.
En contraste, el rico no tiene nombre. Puede ser cualquier. Siempre está esquivando, evadiendo la vista hambrienta del necesitado. Prefiere ignorar las maneras en que sus maniobras para la ganancia dañan a la gente. Lo justifica diciendo que hasta Lázaro tuviera una vida mejor si trabajara. Pero a la vez, no tiene trabajo para Lázaro, pues el no da trabajo a tales gentes. Por tanto cuando muere lo entierren y ahí termina el cuento…casi. Ahora él sufre. Este «buen ciudadano» ha llegado a ser el juzgado y el condenado. No es que todos tenemos que sufrir y gozar, y se igualan las cosas o aquí o allá. No, si le moral de esta parábola tiene un sentido es que la manera en que vivimos aquí tiene un efecto en cómo se vive allá. Si importa en qué pared está arrimado tu escalera, si importa qué montaña piensas subir. Y el rico no vio nada en la vida que le oriente a la verdad de la vida venidera.
Entonces, ¿aquí dónde está la buena noticia? Abraham le dice al rico que sus hermanos tienen el testimonio de Moisés y los profetas. Ah, pues si hubo qué le oriente en esta vida a la venidera, solo que no lo prestó atención. Esa orientación la tenemos en la revelación del corazón de Dios. Nosotros también tenemos esa revelación. Jesús también murió, como estos dos, pero Él volvió de la muerte. El arruinó la muerte y trajo una redención a todas nuestras muertes. En sus manos está la resolución de todo al fin de los tiempos. La vida, muerte y resurrección de Jesús es reflejo total de cómo es Dios Padre. El amor que mandó a Jesús a la cruz es el amor de Dios para su creación. El poder que le resucitó de los muertos es el poder de Dios para con nosotros. La sabiduría que diseñó tal redención es la sabiduría que nos orienta en la vida ahora. Esto es, pues, un amor de confianza.
El rico puso su confianza en su amor a su dinero y al fin no le sirvió bien. Lázaro no tuvo en qué poner su confianza menos en los corazones de gente generosa que de vez en vez le vieron. Estos corazones conocieron y expresaron el amor de Dios, tal como hoy deben los nuestros. Y al fin sí le sirvió. Nosotros también podemos confiar en el amor de Dios. Nos orienta en las tormentas de la vida. Nos indicará qué montaña subir en la vida, y al fin nos ha de servir bien.
Mi aguililla está otra vez saliendo a cazar. Soy cetrero, y tengo una aguililla con qué cazo animales pequeños. Es uno de las cosas que hago para mantener la sanidad. Tal vez tengan sus dudas en cuanto a su eficacia, pero eso es otro cuento. El mes de septiembre es un mes de restablecer la confianza. Durante el verano lo tengo gordo, y no tiene que cazar nada. Su único trabajo es deshacerse de las plumas gastadas del año anterior y crecer nuevas que son sanas y fuertes para este año. Y en mí él no ha tenido mucho interés. Pero ahora es tiempo de volver a la caza. He tenido que restablecer la confianza que tuvimos el año pasado, y esa confianza es lo que nos orienta en el campo. El confía de que los perros y yo hemos de producir algo para perseguir. El confía de que le he de ayudar con lo que caza para que no se lastime ni dañe sus plumas. El confía de que le he de traer otra vez a la casa a dormir en un lugar seco y sano. Y yo confío que él ha de hacer lo que le es natural donde yo le pueda observar, y que no me vaya a ir.
Confían en Dios, hermanos y hermanas. Como el gran cetrero celestial, a Él se le puede confiar. El te orientará en la vida y te dará una dirección. Él te indicará lo que te es importante para esta vida y la venidera. Él te pondrá en una comunidad de otros que también confían en Él, con quien compartir el camino al cielo, y a ti te pide que confíes de su dirección y que no te vayas a ir.
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